martes, 18 de febrero de 2025

¡La Filarmónica de Berlín en vivo! Comentario de un concierto perfecto

El 14 de febrero de 2025 quedará en mi retina como un día especial, y no solo por San Valentín, el día de los enamorados, y el regalo de un viaje soñado junto a Sandra -lo más importante-, sino porque tuve el privilegio de escuchar por primera vez en vivo a la Orquesta Filarmónica de Berlín en su principal escenario, la Philharmonie.

Kirill Petrenko, su director titular, debió cancelar sus presentaciones desde finales de enero por problemas de salud. Reemplazar a un conductor a última hora no es algo fácil, por lo que la elección del maestro David Robertson fue toda una sorpresa.

El programa comenzó con “Arcana para gran orquesta” (versión revisada de 1960), del compositor Edgard Varèse (1883-1965). Concebida como poema sinfónico, en menos de 20 minutos, Varèse logra exponer el sello característico de sus trabajos. Desde el inicio, con cuatro notas que abarcan una tercera menor y, posteriormente, a lo largo de todo su desarrollo, el francés impone un tono fuerte y decidido. Mientras los instrumentos de la orquesta despuntan a través de colores, sus timbres se superponen marcando luces y sombras que contrastan con sutiles dinámicas perfectamente dibujadas. A través de varios pasajes de la obra, percibimos experimentos sonoros que podrían resultar algo extremos, pero, si nos dejamos llevar por el descubrimiento de su procedencia, pronto se verán transformados en un delicioso cuadro plástico, dinámico y envolvente. Técnicamente ejecutada de manera impecable, “Arcana” recibió de manos de Robertson el carácter y la impronta que una pieza de estas características necesita, mostrando gran seguridad y solidez al crear un ambiente delicioso e inesperadamente cercano.

Luego fue el turno de “Superorganismos”, del compositor Miroslav Srnka (Praga, 1975). Escrita por encargo de la Fundación Berliner Philharmoniker, la Orquesta Sinfónica de la NHK, la Filarmónica de Los Ángeles y la Filarmónica Checa, fue este su estreno en Alemania. La obra consta de cuatro partes bien definidas. En las dos primeras, la creación de atmósferas es lo que más llama la atención, sobre todo las texturas y la flexibilidad de las capas presentes en su orquestación. Por momentos parecen ser suaves olas sonoras que se mueven juntas, que crecen y decrecen a la par, y que conducen a un mismo ambiente y lugar. El mismo compositor lo describe muy bien al señalar que “cada miembro de la orquesta tiene un papel independiente; hay literalmente miles de pequeños puntos de sonido, líneas de sonido y flechas de sonido. Las cuerdas, a veces, se tratan casi como solistas, pero solo se abren como un grupo". Se trata de un efecto precioso en el que las definiciones de cada solista se separan del cuerpo para luego volverse a juntar. Cuando se distinguen armonías, la música fluye hacia disonancias que posteriormente resuelven en cálidas convergencias. El extremo virtuosismo del tercer número, donde, literalmente, cada músico es solista, da paso a un final escrito en múltiples capas y secuencias. El compositor expone los elementos de forma separada y luego los reúne en grupos, como formando una pirámide que se puede leer como un constructo, o bien como una deconstrucción de todo lo anterior.

David Robertson había estrenado mundialmente esta obra con la Orquesta Filarmónica Checa y, tal vez por ello, fue llamado de urgencia para este concierto con el fin de mantener la obra en el programa. Y se entiende perfectamente, porque el conocimiento y pulso implacable del maestro fue un verdadero gozo, tanto para la orquesta como para la audiencia, pues resultó ser un guía perfecto para el cuerpo orquestal y para todos quienes la escuchábamos por primera vez. Es impresionante cómo la orquesta, al igual que una gran masa uniforme, se mueve con una unidad, armonía y flexibilidad que solo conjuntos como este pueden ofrecer. Resulta sorprendente cómo todos los colores y los timbres presentes se logran identificar en los grandes “tutti”, interrumpidos solo por hermosos sonidos provenientes de las cuerdas y algunas notas satélite que aportan las maderas y los bronces. En la sección de percusión, con variados instrumentos para solo cuatro intérpretes, destacan cuatro marimbas puestas en el sector superior del escenario, formando un único gran instrumento cuando son tocadas en conjunto.

La interpretación fue soberbia. Toda la técnica de los músicos puesta al servicio de la partitura. El movimiento conjunto, los dibujos sonoros y el manejo de las dinámicas, dan cuenta de un trabajo orquestal que alcanzó la perfección, apoyado por una acústica maravillosa y la notable conducción del maestro Robertson.

Para la segunda parte estaba prevista la Sinfonía 6 en Fa mayor, op. 68, “Pastoral”, de Ludvig van Beethoven (1770-1827). Con una orquesta reducida en relación a las obras anteriores, aquello no fue excusa para ofrecer una sonoridad excepcional. Y no me refiero al volumen sonoro, sino a la regulación del espacio que el sonido ocupa en todo el auditorio. Las clarísimas diferencias dinámicas entre ‘pianissimo’ (muy débil), ‘piano’ (débil), ‘mezzoforte’ (medianamente fuerte, literalmente la mitad de ‘forte’), ‘forte’ (fuerte) y ‘fortissimo’ (muy fuerte), resultaron sencillamente perfectas.

En el sonido, una de las características más increíbles de esta orquesta, destacó la “pastosidad” de las cuerdas, funcionando como un quinteto esencial en el que cada fila resultó ser un solo instrumento. Las maderas se presentaron como un sólido bloque, con cada instrumento diferenciado gracias a su propio timbre. Lideradas por sus solistas, el oboe de Albrecht Mayer ofreció un sonido maravilloso con un timbre agudo, fino y delicado. La flauta (reemplazante del solista principal, Emmanuel Pahud), un tanto más envuelta, en especial en el registro medio alto, solo logró abrirse a cabalidad en sus intervenciones solistas. El clarinete de Wenzel Fuchs, de timbre oscuro y misterioso, logró un juego fantástico en sus intervenciones del tercer movimiento, donde exploró gran parte de su registro y entregó a cada uno su color característico. En el fagot de Stefan Schweigert resaltó la sonoridad en tesitura aguda, la que logró empastar delicadamente con el ya expuesto timbre del oboe. Los bronces, reducidos por las indicaciones de la obra, solo incluyeron dos cornos, dos trompetas y dos trombones. Mientras estos últimos se mostraron precisos en armonías y apoyos, los dos cornos franceses se lucieron con una sonoridad preciosa en conjunto. ¡Excepcional el solista Stefan Dohr a lo largo de sus variadas intervenciones! El timbal, muchas veces relegado a papeles secundarios, cobró vital importancia en “su” momento, en el cuarto movimiento, cuando Vincent Vogel representó con vigor los rayos y truenos de una feroz tempestad.

Desde un punto de vista técnico, en esta versión no hay nada que objetar: afinación perfecta, ritmo preciso, ataques y cortes sincronizados, y volúmenes oscilantes marcados por claros escalones dinámicos. Pareciera que director y orquesta se hubieran conocido desde siempre. David Robertson se vio libre y fluido, con precisión y carácter en sus claras indicaciones y gestos que fueron mostrando constantemente el paso de la música, carismáticamente secundado por el concertino de la Orquesta, Noah Bendix-Balgley.

Siento que Beethoven se hizo presente en la Philharmonie. Los tiempos ágiles, especialmente en el primer y tercer movimiento, la serenidad del segundo y el quinto, y el nervio del cuarto, configuraron una versión amable, elegante y sólida, que fue reconocida con largos diez minutos de aplausos y ovaciones para cada uno de los solistas mencionados. Un merecido reconocimiento del público berlinés al trabajo maravilloso desarrollado por la orquesta junto a su director invitado.

El 14 de febrero fue una noche de excepción. Brillante y mágica, recordando que no hay nada como escuchar en vivo a una orquesta de la calidad de la Filarmónica de Berlín. Esto fue, sin duda, mejor que cualquier grabación o filmación disponible. Constituyó una experiencia irremplazable e inmejorable. Un lujo técnico, musical y estético.

Me emocioné hasta las lágrimas en ese momento, me emociono ahora, escribiendo estas líneas, y seguramente seguiré emocionándome cada vez que recuerde el pasado 14 de febrero.

¡Gracias, Sandra, por cumplir mi sueño!






No hay comentarios: