El martes 17 de diciembre de 2013, la Orquesta Filarmónica de Santiago, en el Teatro Caupolicán, cerró su Temporada de conciertos con un programa atractivo a cargo de su director residente, Jose Luis Domínguez y del virtuoso violinista Ray Chen.
El concierto comenzó con una correcta versión de la Obertura de La Novia del Zar de Nikolai Rimsky-Korsakov. Si bien la orquesta muestra en cada concierto una mayor amalgama sonora, la pobre acústica del recinto no permite jugar demasiado con los balances y colores, por lo que en grandes pasajes son los bronces los que destacan por sobre maderas y cuerdas. Pasó rápido, como calentando motores para lo que vendría y no pudimos descubrir la paleta orquestal de Rimsky-Korsakov, a pesar que tampoco es de sus obras cumbres en ese sentido. La dirección fue precisa, aunque un poco fría, tanto en entrega como en expresividad.
De inmediato nos introducimos al mundo de Aram Khachaturian y su Concierto para violín en re menor, Op. 46. De notable dificultad técnica para el solista, esta obra combina una marcada rítmica con una expresividad llena de romanticismo lo que la convierte en una pieza magistral. El joven solista, Ray Chen, demostró por qué es uno de los más talentosos violinistas de la actualidad, y tiene sin duda una prometedora carrera. Su “Stradivarious” -un lujo poder escucharlo en vivo- respondió a cabalidad las demandas de su intérprete, desde los mecánicos pasajes técnicos hasta los más bellos detalles de la exigente obra, con un sonido hermoso, equilibrado y que en ningún momento fue pasado a llevar por el gran volumen orquestal, gracias principalmente a su característico timbre. Por cierto, el lucimiento del solista fue recompensado con ovaciones al final del concierto que le obligaron a tocar dos piezas más, un lúcido y sutil Capricho 21 de Pagannini y un movimiento de la Partita 3 para violín solo de Bach, obras que coronaron una presentación brillante, llena de musicalidad y expresividad. La orquesta conducida por Domínguez acompañó muy bien el desafío, con desajustes menores en lo sonoro y en lo rítmico, los que no interfirieron en el resultado de una interpretación de gran calidad.
En la segunda parte del concierto, tuvimos la oportunidad de escuchar la Sinfonía nº 5 en mi menor, Op. 64, de Piotr I. Tchaikovski. Obra majestuosa en su concepción, esta sinfonía permite redescubrirla en cada audición. El oscuro comienzo a cargo del clarinete, da paso a sonoridades brillantes y expresivas; el solo de corno en el segundo movimiento, probablemente una de las melodías más líricas jamás escritas, es de una notable paz interior que solo es quebrada por el hilo conductor de la sinfonía; el juguetón vals de tercero, junto al brillante y virtuoso final, componen una obra preciosa, que se nutre de si misma, en un continuo mar sonoro en el que solo Tchaikovski nos puede sumergir. La versión de José Luis Domínguez y la Filarmónica fue bastante sólida y logró notables momentos emotivos. Sin dejar pasar algunos desajustes rítmicos en ataques de maderas y bronces, una afinación por momentos deficiente en las maderas y una pobre sonoridad de la cuerda baja (posiblemente aumentada por la acústica ya descrita), disfrutamos de una “Quinta” interpretada con fuerza y expresividad, donde se logró percibir el gran nivel alcanzado por la Orquesta Filarmónica de Santiago, sus solistas y filas instrumentales, junto al seguro oficio de su director residente.
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