lunes, 8 de junio de 2015

El Club

Esta cinta del director chileno Pablo Larrain habla de miseria. Una implacable y demoledora miseria. Una miseria humana, terrenal y concreta. Es la propia miseria, en su máxima expresión.

Cuatro sacerdotes viven aislados de la sociedad en un pequeño pueblito de la costa chilena. Su rutina es rigurosa, supervisada muy de cerca por una mujer que los atiende y también los cuida. La casa que los acoge es pequeña. En realidad, no es más que una pequeña cárcel donde se encuentran relegados y desterrados por sus pecados. La llegada de un quinto sacerdote a este lugar de reclusión apartada, trae de regreso su pasado, aquello de lo que consciente e inconscientemente quieren huir.

El cine de Larraín, en permanente evolución, es profundo y reflexivo. El relato de "El Club" es crudo, oscuro, valiente, agudo y muy bien conducido. Las actuaciones son excelentes y la filmación delicada y preocupada de cada detalle. El elenco está conformado por Alfredo Castro como el Padre Vidal, Alejandro Goic como el Padre Ortega, Jaime Vadell como el Padre Silva, Alejandro Sieveking como el Padre Ramírez, Antonia Zegers como la madre Mónica, José Soza como el Padre Lazcano, Roberto Farías como Sandokan y Marcelo Alonso como el Padre García. Todos ellos están realmente notables tanto en la construcción, como en la conducción y desarrollo de sus personajes.

La película presenta varias capas de profundidad: la primera de ellas provoca, incomoda y molesta profundamente; la segunda entra directamente a las reflexiones y preguntas que surgen de las primeras emociones y del impacto primero; y al menos una tercera, que nos saca absolutamente de la comodidad de espectadores y nos hace ingresar en una profundidad tal que nos permite imaginar el interior de cada personaje solo con sus miradas, gestos, enfoques y mínimos diálogos cargados de un sustrato dramático que se hace aún más intenso en la medida que avanza el metraje.

Larrain no da respiro ni tregua. Parece no existir la esperanza, es un nudo ciego sin ninguna salida posible. La dicotomía es patente y patética en cada instante de la cinta, entre lo profundo y sagrado y el delito grave e impune.

"El Club" es una gran película. Tal vez la mejor de Pablo Larrain hasta el momento. Su criterio, agudeza y visión nos atrapan sin lugar a dudas. Pero atención, es incómoda. Irreverentemente incómoda y perturbadoramente incómoda. El gran desafío es poder atravesar al menos su primera capa para ingresar al mundo interior del que la cinta da cuenta. Este es un trabajo que no es fácil, pero vale la pena, pues desde allí el arte nos abre paso a una dimensión que nos trasciende absolutamente y que, por cierto luego de ingresar, no nos deja indiferentes. 

Ficha técnica

Título original: El Club
Año: 2015
Duración: 98 minutos
Calificación: 14 años
Género: Drama
País: Chile
Elenco: Alfredo Castro, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Alejandro Goic
Director: Pablo Larrain

1 comentario:

Roberto P dijo...

Respecto de las capas, y más allá de la incomodidad que genera el film, que es evidente desde el inicio con la humedad, el filtro negro y la bruma donde el director sitúa la historia; resulta interesante que los personajes, ex garantes de la moralidad, la ética y del bien común, hoy no sean más que los despojos de una deshumanización sistemática sufrida (elegida o no) a lo largo de sus vidas. Esta deshumanización, evidenciada en la más absoluta falta de criterio de realidad, amor al prójimo, decadencia moral y ética, creo que no es menos que una redefinición de la marginalidad social representada en el actual cine chileno. Hasta ahora, en el cine chileno, el sujeto "marginal" aparece desposeído principalmente de lo material, y como correlación, se lo ha llevado a través de historias bizarras a experiencias límites donde se evidencia la miseria humana. Como si sólo en los bordes existiera la miseria humana. Pero en el caso de este film ocurre que no. Aquí ocurre algo más interesante aún, pues son precisamente personajes que tuvieron "un pasado mejor" un "pasado letrado" un "pasado de bondad", tuvieron poder, fueron parte de un grupo, tuvieron pertenencia. Nunca fueron miserables. Por otro lado, tampoco en esa casa están pasando "pellejerías". Si bien la casa es un encierro, no sólo es un encierro físico, es también un encierro que simbólicamente muestra lo constreñido de sus mundos, de sus propias limitaciones, de su ausencia de espacio emocional. Muestra también la película que sus personajes son marginales respecto de un centro inamovible de moral y ética, desde el cual ellos pululan, fantasmagóricamente entre un pasado y un presente que pervierte la representación de una santidad trastocada. Hay individualismo puro. En el film hay una soledad en los personajes que abruma y cuya única salida que les queda es la evasión, el huir, a través de una rutina que no es más que una cáscara, un vacío que los interpela. Concuerdo contigo en que hay incomodidad porque la marginalidad, los bordes difusos, los fantasmas, siempre vienen a incomodar y asaltan por sorpresa, en la oscuridad de la noche, donde no es posible identificar, sino sólo padecer su extraña existencia. Bueno, creo que me extendí un poco, pero me pasó eso con la película...marginalidad desde la comodidad del cine.