jueves, 26 de abril de 2007

Cuarto Concierto Orquesta Filarmónica de Santiago

A cargo de su titular, Jan Latham-Koenig, la Orquesta Filarmónica de Santiago entregó dos obras románticas en extremo.

La primera interpretación fue el Concierto para Violín en sol menor de Max Bruch. Este concierto representa un desafío muy grande para el solista y una concentración a toda prueba de la orquesta.

El solista, Mikhail Simonyan de 20 años, poseedor de una técnica muy fina, deleitó al público con un sonido pastoso desde la primera nota del concierto. Es muy destacable su manejo del arco, con una sutileza especial, excelentes terminaciones y un enfoque del sonido muy claro y preciso.

El desempeño de la orquesta no estuvo a la altura del solista. Demasiadas imperfecciones en los ataques de las maderas y bronces hicieron deslucir aquellas intervenciones colorísticas que Bruch entrega a los instrumentinos. Algunos desfases de tiempo en las cuerdas acentuaron esta sensación de incomodidad entre la orquesta con el solista que finalmente restan a la magia de la interpretación. En el segundo movimiento, brillantemente enlazado, Simonyan hizo gala de lo mejor de su interpretación para crear ambientes cálidos y emocionantes. El sonido lograba situarse en dimensiones arrebatadas de romanticismo y lirismo, siendo la alfombra orquestal un excelente apoyo para el canto libre del violín. El tercer movimiento, obra de gran exigencia técnica y brillante para el solista, mostró nuevamente aquello que señalába al comienzo. Diferencias de tiempo y articulación logran mellar la interpretación, desembocando en un final alocado, donde la orquesta trataba de alcanzar al solista en sus rápidos tempi.

Luego del gran aplauso final, Simonyan entregó un bis, que según tengo entendido, se trata de una pieza de E. Bloch, Nigun ( improvisación ) sobre un tema de Baal Shem. En esta pequeña obra maestra, el virtuoso y delicado solista dio curso a su máxima cumbre interpretativa, moviéndonos entre espacios de melancolía y brío, con un control absoluto del sonido y demostrando una musicalidad exquisita.

En la segunda parte del concierto se escuchó la Primera Sinfonía de Johannes Brahms. Esta monumental obra requiere de un temple y solidez especiales para alcanzar las sonoridades que el compositor propone. Llena de matices y fuerza, esta sinfonía que Brahms compuso cerca de los 40 años, nos introduce en un paso más allá de la literatura orquestal romántica, posterior a Beethoven.

La orquesta y el director se encontraron con varias dificultades para interpretar la obra. Nuevamente imperfecciones en los ataques, sobre todo en los bronces, impidieron un mejor acople del sonido en conjunto. Bien sabemos que esta agrupación está en período de ensamblaje luego de la llegada de cerca de 40 músicos extranjeros, situación que por cierto se transmite al momento de la ejecución.

Un primer movimiento emotivo, sin la profundidad sonora esperada dio paso a lo mejor de la noche, un segundo movimiento que entregó esa calma sobrecogedora que transmite el compositor, con largas frases y una sonoridad en perfecta comunión. En el sólo final del concertino y el corno, cabe destacar el hermoso sonido de Sergio Prieto, a veces incomodado por el corno en sus registros altos. El tercer movimiento, algo apurado para mi gusto, pasó un poco por alto algunos detalles característicos y las sonoridades volvieron a separarse entre cuerdas y vientos. La introducción del cuarto movimiento fue bien salvada y nos condujo a la explosión del tema magno de la Sinfonía con especial calor y prestancia. El coral final, a cargo de los bronces nuevamente entregó imperfecciones, en un momento solemne de sobremanera, que conduce al final impetuoso de la obra.

En síntesis, un buen concierto, pero donde las expectativas eran mucho mayores al resultado final logrado.

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