
Este tercer largometraje del chileno Pablo Larraín -cuyo paso por el 67 Festival Internacional de Cine de Venecia le valió importantes reconocimientos- nuevamente presenta un lenguaje críptico y una similar estética de filmación a la anterior entrega, "Tony Manero". El filme es una verdadera autopsia de la época vivida en Santiago en torno al 11 de septiembre de 1973. El metraje está seccionado, cortado, como un cadáver esperando el análisis forense para luego ser suturado y rearmado. Asimismo, en la cinta también se debe volver a componer el todo, lo que Larraín deja como tarea para el espectador una vez terminada la cinta.
Mario Cornejo -excelente actuación de Alfredo Castro-, es un solitario funcionario encargado de anotar los detalles de cada procedimiento en la morgue. Está obsesionado con su vecina Nancy -Antonia Zegers-, una bailarina en declive del Bim Bam Bum. Primero la espía en secreto y luego entablan una poco clara y extraña relación. Son almas que comparten una soledad llena de angustia, con una gran necesidad de afecto y que representan una decadencia social e individual propia de la época. El centro del relato es la autopsia del cadáver de Salvador Allende, una secuencia que impacta por su crudeza y desde la que se construye la historia en forma concéntrica.
El soporte dramático del relato una vez más Pablo Larraín se lo entrega al talento de Alfredo Castro, quien dibuja y desarrolla un personaje de una gran complejidad y profundidad. Largas secuencias de cámara inmóvil, ausencia de diálogos, junto a una abundancia de signos, gestos y expresiones, son los recursos con que el director representa los sentimientos y emociones de los protagonistas. El dramático telón de fondo lo entrega la morgue y la llegada masiva de las víctimas del golpe de estado como si fuera una carnicería. Este es el marco constructivo sobre el cual el personaje de Mario impacta con su pasividad asombrosa, donde sin duda oculta la procesión interna que carcome su vida. Castro asume y soporta magistralmente su rol, dando solidez a un film que se transforma en una lograda y efectiva propuesta emocional.
¿Quiénes son realmente estos personajes, qué buscan, qué les mueve en su fuero interno? La interrogante se plantea desde el inicio y es donde "Post mortem" conecta con "Tony Manero". La soledad es una característica común a ambas cintas. Una sociedad dividida, ausente, sin rumbo, casi perdida en el infinito, se suma a lo más íntimo de la personalidad de cada personaje. La inconexión emocional es enorme y la tensión crece en la medida que avanza lentamente el metraje. Incluso, esta falta de conexión es retratada por el director con escenas aparentemente aisladas, fuera de contexto, que no hacen más que reforzar una búsqueda afanosa de identidad, una búsqueda sufriente, desoladora y trágica.
"Post mortem" es una cinta para reflexionar. No podemos verla linealmente sino de manera transversal, lo que obliga al espectador a hacer un esfuerzo e incluso puede provocar algún desagrado en una primera lectura. Sin embargo, la propuesta es concisa y profunda sobre una época dramática de nuestro país y que el cineasta busca representar y responder a través de la intimidad de personajes muy bien interpretados y caracterizados que no están en el centro del golpe militar sino que van por el costado, espectadores y, sin buscarlo, actores de las oscuras consecuencias de la represión.
Ficha técnica
Titulo Original: Post Mortem
Distribuidor: BFD
Calificación: 14
Duración: 98 Min.
Género: Drama
Año: 2010
País: Chile.
Elenco: Alfredo Castro, Antonia Zegers, Jaime Vadell
Director: Pablo Larraín