
Luego de dos años regresó a Chile el famoso violinista nacido en Moscú (1957) y criado en Israel. El lugar fue el Teatro Nescafé de las Artes y se presentó como solista y director de la Orquesta de Cámara de Chile como parte de la Temporada 2010 de la Fundación Beethoven, con dos obras muy distintas y representativas de sus respectivos períodos: "Las cuatro estaciones", de Antonio Vivaldi, obra cumbre del barroco y el Quinteto para cuerdas en Sol Mayor, Op. 111, de Johannes Bramhs, una partitura romántica en una versión para orquesta de cuerdas.
Mintz nos entregó una versión minimalista y muy personal de los conciertos del Op. 8 de Vivaldi. Con pocas luces y sombras -algo que caracteriza al barroco-, el solista propuso un uso del restringido del arco lo que redujo el volumen en los tutti y más bien aplanó la sonoridad del conjunto. Pianísimos muy bellos y texturas armónicas bien logradas no fueron suficientes para contraponerse a sonidos picados, extremadamente cortos, con una marcada ausencia de vibrato en notas largas, lo que en la acústica seca de la sala se acrecentó sobre todo en las cuerdas bajas.
Con un leve choque de estilos entre los 4 conciertos -en ocasiones muy "a la barroca", en otras "más estilo vienés", y en momentos también entre el solista y el acompañamiento de la orquesta, junto a pequeños desfases en la sincronía de los comienzos tutti -atribuibles tal vez al hecho de tocar y dirigir a la vez- destacó el excelente apoyo del bajo continuo -cello principal junto al clavecín- y un muy buen trabajo de ambos concertinos. El punto más alto fue logrado en el segundo movimiento del "Otoño", con una sonoridad exquisita mientras el clavecín desarrollaba melodías basadas en las armonías propuestas por la cuerda.
Mintz nos regaló un grácil estilo de improvisación en los movimientos lentos y pasajes tranquilos que contrastan con cierta brusquedad en algunos fraseos, un balance desigual entre voces y diferencias mínimas de afinación en varios unísonos. El Stradivarius del solista presentó, en ocasiones, un sonido ahogado en registros intermedios de los agudos de la segunda y tercera cuerda, tal vez atribuible a la sala de concierto y al exceso de enfoque de arco del intérprete. Un brillante y rápido final del "Invierno" fue coronado por una ovación que no se hizo esperar y que retribuyó -con generosidad- una versión algo fría y parca de estos famosos conciertos.
En la segunda parte fue el turno del Quinteto en sol mayor de Brahms, obra que agrega al tradicional cuarteto de cuerdas -dos violines, una viola y un cello- una segunda voz de viola, creando una sonoridad preciosa y balanceada de las cuerdas medias. En esta versión para orquesta de cámara, ahora dirigida por Mintz, se pudo apreciar un gran trabajo de sonoridad, con filas instrumentales sólidas, y un alto nivel técnico e interpretativo de la "Orquesta de Cámara de Chile". En una versión amable que rescató armonías y ritmos con precisión, logrando un buen balance entre las voces, junto a un fraseo corto y tenso, muchas veces los sonidos no fueron acompañados por el gesto del director, algo impreciso e incomodo y carente de técnica gestual. A pesar de dichas limitaciones, Shlomo Mintz comunicó bien -imagino que en los ensayos- lo que quería transmitir a sus músicos, aunque a veces no sonara exactamente lo que mostraba con sus manos y en otras sonara muy distinto a su expresión corporal.
Como resultado final escuchamos un Brahms con gran sonoridad y peso armónico pero sin profundidad. Es posible que se haga necesario dotar de más cimientos y tranquilidad a la obra, junto a un mejor trabajo del color y la textura para que los sonidos no se dividan y no se ahoguen, teniendo mucha más proyección para hacer frente a la escasa acústica de esta particular sala de conciertos. Aún siendo un solista y director con gran reconocimiento internacional, esta vez Shlomo Mintz -en mi opinión- quedó en deuda en varios aspectos musicales e interpretativos ante un público en extremo entusiasta que repletó el ex "Teatro Providencia".
No hay comentarios:
Publicar un comentario