La espectativa por esta ópera chilena estrenada en marzo de 2008 generó una nueva puesta en escena en enero de 2009. Sin duda el tener la posibilidad de montar en nuestro Teatro Municipal una ópera compuesta especialmente, con una temática actual, vigente y que conmovió hace cerca de cuatro años a nuestro país es algo que debemos agradecer.
Esta obra, dividida en dos actos presenta el drama vivido por 45 conscriptos que perdieron la vida en Antuco debido a las malas decisiones de los superiores a cargo, la falta de preparación y elementos de resguardo de los soldados y a unas extremas condiciones climáticas presentadas en el lugar.
En la primera parte se presentan los actores de la historia a través de tres núcleos: una pareja de novios, un hijo de una madre temerosa y un orgulloso voluntario que ve mejores alternativas en el ejército. Algo largo, el guión se detiene demasiado en presentar la despedida de los soldados que inician su nueva suerte en el servicio militar. La participación del Coro sobrecoge, más aún sabiendo cual es la tensión a la cual desemboca la obra. la música de Sebastián Errázuriz es excelente y apropiada para sostener la escena. Tal vez en los recitativos y arias puede extrañarse mayor fuerza vocal o bien una escritura más sencilla, pero cumple a cabalidad con las necesidades planteadas por el guión. La puesta en escena es pobre y los movimientos actorales sobre el escenarios no llaman mayormente la atención.
Sin duda la ópera da un salto cualitativo al introducirse en el segundo acto. No sólo porque se centra en la tragedia misma, sino porque el guión se hace más personal, más audaz, y la escenografía incorpora elementos superpuestos que permiten tener una simultaneidad de planos, necesarios para profundizar en los sentimientos de los protagonistas. La música también acompaña de igual forma, provocando mayor tensión cuando es requerido.
La presentación de la tragedia se convierte en la parte mejor lograda. A cargo de una muy interesante puesta en escena se refleja la montaña, los conscriptos, el clima, la soledad, la adversidad, la muerte, la vida: no hay canto, sólo música que va fluyendo y dando cuenta de todo lo que sucede en el escenario. Realmente sobrecogedor y emocionante este momento de la obra. La ovación final a todos y cada uno de los participantes de esta ópera es muy merecido. La Orquesta Filarmónica destaca por una cuidad preparación, en sonoridad y timbre, a cargo del maestro José Luis Domínguez. El coro del Museo de Bellas Artes bajo la dirección del maestro Víctor Alarcón hace un estupendo papel y el Coro del teatro Municipal a cargo del maestro Jorge Klastornic nuevamente ratifica su solidez interpretativa y actoral.
Un lujo tener la posibilidad de ver y escuchar este espectáculo, a pesar de las nulas condiciones que el anfiteatro del teatro Municipal entrega a sus espectadores: un calor insoportable, sin ventilación, asientos incomodísimos y demasiado juntos para las cerca de dos horas de función.
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